VIOLENCIA EN LA FAMILIA

 

¿Por qué más a menudo de lo que desearíamos la violencia irrumpe de una o de otra manera dentro de las familias? En forma de discusiones, de insultos, de gritos, incluso de golpes, la violencia crónica dentro de las familias puede producir mucho sufrimiento psíquico, angustia y depresión, llegando a impedir que las personas puedan desarrollarse y sostener sus tareas fuera de la familia: estudios, trabajo, relaciones, etc., y dejando marcas indelebles en quienes la padecen.

¿Qué es la violencia? El empuje al uso de la fuerza sobre los otros y sobre el mundo es algo conocido por todos nosotros como agentes, como víctimas, o como las dos cosas. Es un empuje que, por momentos, nos separa del ser consciente, reflexivo, racional, civilizado que queremos ser, para llevarnos a un exceso y a un extravío contra el otro, contra los objetos, contra uno mismo con consecuencias de distinto grado de gravedad y sofisticación. Puede ser tan sólo un arrebato que silenciosamente sacude nuestro interior y que, como mucho, recrea en la imaginación ciertos actos violentos a los que nos llevaría ese empuje (“Le pegaría”, “le mataría”, “Le deseo el mal”); puede pasar por palabras sutilmente vejatorias, por el desprecio, por el insulto, por distintos actos disruptivos, pero puede llevar también a golpear  y dañar el cuerpo del otro o el propio cuerpo, incluso, en los casos más extremos, a acabar con la vida de otro ser o de uno mismo.

¿Por qué dentro la familia? La familia, en sus distintas modalidades, sigue siendo el núcleo de convivencia más extendido en el que las personas se reproducen y en el que los niños se crían para poder llegar a valerse por sí mismos. Además de ser el ámbito donde mayor intimidad se llega a tener con otros seres humanos como consecuencia del vínculo que une a sus miembros y  de la convivencia en el día a día, es un lugar en el que confluyen tres generadores importantes de tensiones en las relaciones humanas: la diferencia sexual, o las diferencias con aquel con el que nos une un vínculo sexual; la brecha generacional, y la rivalidad con aquellos que son lo más similar a nosotros, los hermanos. Y precisamente por la cercanía de los lazos y por la exigencia que conllevan el compromiso de sostener una pareja y de llevar a cabo la crianza de los hijos en sus distintas facetas es más fácil que aparezca la violencia en la familia que en otros vínculos más laxos y menos comprometidos.

A partir de estos resquicios se filtran distintas formas de violencia: la violencia dentro de la pareja conyugal que a menudo rebasa los límites de sus fronteras, salpicando al resto de la familia, empujándoles a tomar partido por uno u otro de los miembros de la pareja, amplificándose así el alcance de la violencia familiar; la violencia contra el niño que no se adecúa dócilmente a las pretensiones educativas de un padre; la violencia de un hijo que no admite las limitaciones de sus padres, o la violencia entre hermanos enfrentados a la dureza que implica en ocasiones la comparación con el semejante.

Ciertamente puede existir en las familias la violencia gratuita y gozosa de un solo miembro sádico que victimiza al resto de los miembros, pero lo que más habitualmente encontramos en los casos de violencia familiar es que los distintos miembros son, como decía Sartre, “semicómplices, semivíctimas”. Cada cual padece y es agente de distintas modalidades de violencia.

Encontramos también que esta violencia, más que derivarse de la maldad, surge de un sentimiento de profundísima impotencia de aquel que la ejerce. El acto de violencia encuentra su fuente en la desesperación, en la frustración insoportable de aquel que no encuentra ninguna vía para manejar la situación a la que ha llegado. Cuando se grita a la pareja, cuando se golpea al niño, cuando se insulta a los padres, cuando se humilla al hermano, en  el origen  de todos estos casos encontraremos el encuentro del violento con el padecimiento de sus propias limitaciones. Esto no exculpa al que ejerce la violencia de la responsabilidad del acto violento, de hecho para el psicoanálisis no hay para la persona más camino digno que el hacerse responsable de los propios actos, incluso cuando estos exceden a la intención consciente y al entendimiento de uno mismo. Más bien le invita a que pueda preguntarse por esa fuente oscura de sus accesos de violencia para dejar de ser su esclavo.

El psicoanálisis tampoco desresponsabiliza a aquellos que se ven en el lugar de víctimas de la violencia de otro miembro de la familia, de hecho les invita a pensar cómo están implicados en esa situación que padece para poder hallar una manera de salir ese mal lugar.

De esta manera, los profesionales de Sabere Clínica, ubicados en Madrid centro, zona Atocha, podemos ayudarte a tratar las consecuencias dolorosas y traumáticas de la violencia en la familia, tanto si te ves empujado al acto violento en determinadas circunstancias, como si lo padeces de algún miembro de tu familia.

 

Esperanza Molleda