El procesamiento lógico de la información que recibimos del mundo es un elemento fundamental de nuestras capacidades cognitivas, es decir, de nuestra capacidad de conocer y entender lo que experimentamos. Sin embargo, cuando esta capacidad gobierna tiránicamente al resto de capacidades y elementos que nos constituyen como personas, la relaciones con los demás, incluso con uno mismo, se pueden llegar a ver demasiado obstaculizadas.
Hablamos de tiranía cuando tenemos una forma de funcionar –en las relaciones- en la que la lógica es el elemento fundamental, imperante, dejando de lado los afectos, los anhelos, las imposibilidades subjetivas… el inconsciente. Como si se tratara de una fe en la lógica, de una creencia absoluta en su poder, le damos a nuestras conclusiones una validez desmesurada. Esto es la omnipotencia del pensamiento -uno de los rasgos obsesivos-, creer que el pensamiento todo lo puede, que es a través de él únicamente que se resuelven los conflictos cotidianos.
Sin embargo esto trae mucha frustración, ya que a la persona que funciona así le cuesta entender que el otro no vea las cosas de la misma manera que él, dado que está convencido de que lo que él piensa “es lo lógico”. O por ejemplo, podemos observar como a las personas que dan muchas vueltas a una idea, privilegiando la lógica, les cuesta aceptar un no por respuesta a sus propuestas. Las traen tan pensadas, analizadas y con tanta lógica, que no admiten fácilmente que el otro les dé una alternativa o simplemente no estén de acuerdo. Mucho menos si el argumento del otro no está basado de igual modo en una lógica aplastante. Les cuesta admitir otro tipo de elementos en el diálogo: todos aquellos que no tienen que ver con algo demostrable (lo afectivo, el deseo, la duda…). Esto les causa conflictos, los cuales pueden llegar a generar rupturas sentimentales (de pareja, de amistad, familiares, etc.) ya que dan más valor a la lógica que a lo que les une a esa persona. Es como si siempre se tratara de ganar una batalla argumentativa en relación a una verdad que como hemos dicho, excluye otros elementos fundamentales de las relaciones sociales. Cuando la lógica rige de forma totalitaria, o al menos de forma muy excluyente, podemos decir que hay un síntoma.
Quienes estudiaron bachillerato recordarán una de las cuestiones básicas en relación a la lógica: un planteamiento lógico puede ser correcto, pero no por ello es verdadero. Correcto y verdadero no van de la mano, sin embargo, uno acaba por confundirlo y creer que si todo el recorrido mental realizado es correcto, entonces no puede estar equivocado. Pongamos un ejemplo clásico de la lógica para ilustrar esta cuestión:
- Todos los hombres son azules.
- Sócrates es un hombre, por lo tanto
- Sócrates es azul.
Como vemos, la argumentación es correcta, sin embargo no es verdad (pues sabemos que los hombres no son azules). Uno parte de una convicción y la argumenta correctamente, pero si algo en su planteamiento no es cierto –y no podemos tener la certeza de una verdad absoluta-, la conclusión podrá no ser verdadera. Muchas veces en el día a día nos empeñamos en demostrar verdades, en creer fielmente en la lógica -podría decirse que hay cierto fundamentalismo de la lógica-, y al hacerlo excluimos la vida: el cuerpo, las posibilidades y limitaciones, los sentimientos, las emociones. Excluimos también, y sobre todo, al otro. Cuando uno está muy convencido de lo propio ¿qué lugar le queda al otro en el diálogo?
Renunciar a la tiranía de la lógica no es fácil. Probablemente más de uno está ya desmontando este artículo a partir de sus lógicas convicciones. La lógica nos da seguridad, nos evita tener que dar un lugar al otro que pueda conmover el nuestro. Es una defensa que funciona como tal, y sin embargo es totalmente inútil para la relación con el otro. Sirve hasta un punto, como forma de comunicarse ya que el lenguaje entra en estos parámetros, pero no más allá. Si se utiliza más allá que como medio, si se pone al servicio de verdades absolutas y creencias inamovibles, entonces erosiona el lazo social: con la pareja, con los hijos, con la familia, con los amigos, etc. La lógica aplastante, aplasta al otro.
La posición tiránica de la lógica evita mirar dentro, analizar lo que a uno se le juega, escuchar al otro. Uno cree que utiliza la lógica, no se da cuenta de que la lógica se le impone, y lo hace en forma de defensa inconsciente. La lógica es inherente al ser humano, ya que el propio lenguaje, que es lo más constituyente de nosotros, está estructurado lógicamente. El problema no es utilizar la lógica, funcionar con ella. La dificultad aparece cuando ésta se vuelve la forma predominante de relacionarse con el mundo y las demás personas. Pocas personas escapan a cierto gobierno de la lógica, pero estar advertidos de ello nos da la oportunidad de aflojar un poco la rigidez con la que nos hace estar, mirar y entender el mundo, la vida, las relaciones con los otros.
Marta García de Lucio
Psicoanalista