La travesía de la adolescencia y sus dificultades.

Podemos pensar la adolescencia como, utilizando y manipulando la metáfora de Freud, un túnel que atraviesan niñas y niños una vez llegan a la pubertad. Este tránsito no se hace de forma lineal y sin obstáculos. Muy al contrario, los cambios que se suceden en el cuerpo, la incursión en las relaciones amorosas, la separación de la familia y otros aspectos, no se realizan sin coste para el adolescente.

Además, tanto para el adolescente como para su entorno adulto, no queda claro en qué momento dejan de ser niños, y en qué momento pasan a ser jóvenes adultos. Este problema temporal se convierte en un embrollo en el que madres y padres se desorientan a menudo, y los hijos e hijas también.

En muchas culturas se han utilizado, y se utilizan aún hoy, ritos de pasaje, de tal modo que queda claro para unos y otros que la muchacha o el muchacho, ya son mujer y hombre. Algunos de estos rituales permitían al adolescente sublimar los excesos interiores a través de la caza o la marcha a la guerra, o incluso a través de agresiones en el cuerpo (como los tatuajes por ejemplo). Esto permitía efectivamente satisfacer parte de esos excesos -que hoy se manifiestan mediante síntomas de agresividad, depresión, etc.-, a través de prácticas concretas y acotadas.

Existen otros ritos menos violentos que hoy se han banalizado, por ejemplo la celebración de los quince años en algunos países latinoamericanos. Hoy es prácticamente un festejo más, desprovisto de su significación última, pero en algún momento supuso un verdadero paso al mundo adulto. El rito entonces, podía convertirse en la marca que, bajo el respeto de todos los involucrados, no deja lugar a dudas. Una vez pasado este rito, el adolescente pasa al mundo adulto, con las responsabilidades y derechos que esto implica.

En las sociedades occidentales hoy no contamos con estos rituales, así que no queda otra que apañárselas con cierto “no saber” sobre el inicio y fin de este tránsito. De alguna manera tomamos la menarquía, la primera menstruación, como la llegada a la adolescencia en la niña, y en el niño los cambios físicos. Sin embargo esto no parece ser suficiente. Muchas madres y muchos padres, se resisten a ver desaparecer al niño o la niña que hasta ahora les idolatraba, les seguía en todo lo que decían, consideraban su palabra prácticamente sagrada. Ahora sus hijos comienzan una separación: se distancian de la familia para crearse su identidad con ayuda del grupo de amigos, de sus pares. Esta separación no tiene por qué ser ni demasiado radical, ni especialmente dolorosa si se sabe aceptar este nuevo cambio.

Sin embargo observamos que hoy existe una gran confusión de la que participan los adultos y los adolescentes: estos últimos son considerados y se consideran, para unas cosas adultos, y para otras niños y niñas. Como si no existiera el punto medio que es precisamente esta travesía adolescente, que les ha hecho dejar de ser niñas y niños sin ser adultos todavía. Hay cierta tristeza en ver crecer a los hijos, y a la vez, un deseo de que se responsabilicen como adultos. Ahí se desorientan unos y otros, y la cosa se complica. Es posible que hoy día veamos el término de los estudios de secundaria como el fin de la adolescencia y entrada a la juventud. Pero como sabemos estos hitos temporales son sólo orientativos y además depende siempre de cada caso.

Esta indefinición del asunto de la adolescencia para madres y padres conlleva en ocasiones una sobreprotección, un apego demasiado fuerte que lleva a la angustia de unos y otros. Por ejemplo, podemos observar cómo muchos padres y madres están encima constantemente de sus hijos para que hagan tareas que ya deberían asumir como propias, no como un mandato parental (que estudien, que se laven los dientes, que no salgan con chicas y chicos, etc). Esto genera diversas reacciones, pero entre ellas, tenemos la rebeldía: cuanto más insisten los padres en perseguir a sus hijos para que hagan tareas que ellos mismos ya saben que tienen que hacer, más se rebelan estos inconscientemente, o cuanto menos, se acomodan y “pasan”.

La posición que cada madre y cada padre toman frente a la adolescencia de sus hijos, es una apuesta particular, hacen lo que pueden y como pueden. Lo que sí podemos advertir desde nuestra experiencia es que no aceptar la separación necesaria que se produce en la adolescencia conlleva enormes dificultades. Durante la adolescencia, la posición que más facilita este tránsito es la de acompañar pero aceptando cierta distancia. Cómo hacer esto es algo que corresponde a cada padre y madre averiguar y ensayar, pero siempre hay ayudas que pueden orientales: los talleres para familias, las psicoterapias particulares, etc.

Marta García de Lucio

Psicoanalista.