Desde hace unos años, por no afirmar que desde el inicio mismo de este siglo, la palabra autoestima circula entre nosotros cada vez con mas frecuencia. Prácticamente no hay conversación cotidiana que se prive de este término cuando de asuntos personales y anímicos se trata. Rápidamente se asocia cualquier dificultad en el orden de la vida amorosa y/o laboral a la falta de autoestima. Y sobre todo cuando se trata de alcanzar el éxito en estas cotizadas esferas de la vida.
Si las cosas no funcionan, si no obtenemos lo que anhelamos, si la vida no nos sonríe, la razón se encuentra en nosotros. En psicología, antes de iniciar este siglo, llegó a hacerse muy popular un concepto que hace referencia al “locus de control”. Básicamente está noción hace referencia a la percepción que tenemos acerca de dónde se localizan los factores o agentes causales de los acontecimientos de nuestra vida cotidiana. La escala de atribución suele categorizarse en dos extremos: el centro de control externo y el interno. Cuando se localiza fuera, la persona considera que las cosas que le ocurren obedecen a factores externos a él. Su vida de alguna manera está sujeta al destino, al azar, al poder de los demás, a las decisiones o circunstancias del mundo que le rodea. Así lo que le ocurre no tiene relación directa con sus esfuerzos y decisiones, las causas de esos eventos son ajenos a su persona. Por el contrario, cuando el locus o centro de control es interno, se tiene la percepción de que las cosas que le ocurren obedecen al esfuerzo y las acciones de la persona que las ha realizado. Tiene la percepción que es él quien controla su vida. En suma, la atribución de control de nuestra vida podría estar en el interior o en el exterior de nosotros mismos. Lo deseable desde estás escalas y pruebas es que el control se perciba en el interior, que nos creamos dueños de nuestra vida.
Esta información acerca de sí mismo usualmente se obtiene a través de un test de personalidad. Se hicieron más populares las pruebas estructuradas: contestando un formulario rápidamente se obtenía el resultado y sabíamos donde estaba el locus de control (la paradoja o lo que puede resultar chistoso de esto es que en cualquier caso, será una instancia exterior la que nos brindará ese supuesto saber de nuestro control, por interno que éste llegue a ser será siempre otro -externo- el que nos lo diga).
En la actualidad, quizá, ya no sea tan usada esta escala para medir nuestro modo de percibirnos en cuanto a dónde reside el control de nuestra vida. Más allá de que se perciba fuera o dentro, el factor determinante para la gran mayoría de la gente es la cantidad de autoestima que tengamos; mientras sea más, mayor será el éxito que alcanzaremos, las cosas saldrán bien, será sólo cuestión de tiempo si en el presente inmediato no tenemos lo que queremos, sea esto la pareja o el trabajo que nos merecemos. Porque lo que nos merecemos –se dice desde estos discursos- está también en proporción con esta cantidad de autoestima que poseemos; si es alta, a la misma altura estará lo que obtengamos. Y a la inversa, si la vida se ha ido al traste es porque la autoestima es poca, al tener baja autoestima ya nada se eleva del suelo, nuestras aspiraciones estarán a ras de tierra. ¿Pero las cosas podrían ser de otro modo? ¿Qué las cosas no marchen, que algo en nuestra vida no funcione, se reduce a la supuesta cantidad de autoestima que tengamos? ¿Quién dice que eso es así? ¿Cómo llegamos a comprar ese relato que garantiza u obstaculiza nuestro bienestar o eso que podemos entender como éxito?
Recientemente, llegó a mi consulta una joven con esta percepción de sí misma. Su autodiagnóstico le condujo al veredicto de tener baja autoestima. Me narró en pocos minutos las evidencias que confirmaban su conclusión. Convencida como estaba me sorprendió su pregunta: ¿doctor usted cree que tengo baja autoestima? Desde la formulación de esta pregunta su percepción ha dado un vuelco. Su mirada se desplazó a otros modos de concebir y sentir su malestar. Ella llegó a la consulta por su sensación de fracaso en el amor, en el trabajo, en aquello que fundamentalmente constituye nuestra vida. Ella fue a buscar una salida a su sufrimiento y esperaba que un especialista ratificara su diagnostico y le ayudará a subir su autoestima decaída. No se encontró con nada de lo esperado. El tratamiento sigue desde unas nuevas coordenadas que le han abierto otro horizonte…
En Sabere Clínica entendemos que el malestar, el sufrimiento o la sensación de fracaso no se resuelve bajo las fórmulas de una medida de la cantidad de autoestima que tengamos. Aquello que puede estar causando el malestar excede esos parámetros que en la actualidad lo reducen todo a la cantidad, sea de estima, de amor propio o de cualquier otro factor que puede medirse al modo matemático. La salida requiere de una escucha atenta al dolor subjetivo y no a los índices de rendimiento que se espera de nosotros en la sociedad de exigencia que vivimos, sólo así podremos obtener un encuentro con aquello que responde realmente a nuestro deseo. Nuestra posición responde a una ética que toma la palabra y el sentir de quiénes nos consultan como el referente para establecer el modo singular que guiará el trabajo terapéutico. Estamos en el Paseo de la Reina Cristina, en Atocha, Madrid.