Es muy habitual que los niños desarrollen en alguna etapa de su infancia miedos, fobias o terrores nocturnos. A veces acaban desapareciendo solos, otras pueden llegar a tener tal intensidad que es necesario consultar con un profesional.
Es interesante que los padres estén orientados respecto a algunos aspectos que se juegan en este síntoma infantil tan extendido.
La infancia no puede ser idealizada. Frente a cierto tópico social, no es una etapa fácil. Los niños desde su nacimiento hasta lograr valerse por sí mismos, tanto material como subjetivamente, tienen por delante un arduo camino: conseguir hacerse con su cuerpo y adquirir un saber hacer con el lenguaje y con los semejantes, tanto para comunicarse como para aprender a manejarse con el mundo. Este camino implica pasar por distintas pruebas de las que unos niños salen más airosos que otros.
Una de las pruebas importantes para los niños es la de tomar conciencia de que están separados del otro que les cuida. Hasta que no tienen cierta edad, los niños se sienten prácticamente indiferenciados respecto a la persona que se hace cargo de sus cuidados, como si este otro cuidador fuera en cierta manera una prolongación de sí mismo.
Los miedos infantiles se inician precisamente cuando el niño empieza a tomar conciencia de esta separación. Dos consecuencias importantes se derivan de este descubrimiento. Por un lado, se desvelará para el niño la cara “siniestra” del cuidador: el padre enfadado, la madre que se olvida de sus necesidades, el adulto que le recrimina por no haber estado a la altura de algo, etc. Por otro lado, el niño comenzará a experimentar afectos inéditos hasta entonces como la soledad y el desamparo ante acontecimientos tanto internos (afectos y sensaciones en su cuerpo) como externos (requerimientos y exigencias del mundo exterior). Todo esto produce una profunda dislocación del mundo en el que habitaba el niño hasta entonces.
El miedo a estar solo, a la oscuridad, a las personas extrañas, los terrores nocturnos hunden sus cimientos en esta experiencia de separación respecto al cuidador y sus consecuencias.
A partir de esta experiencia, el niño inicia todo un trabajo subjetivo para poder hacerse con la angustia que conlleva. Como producto de este trabajo subjetivo pueden a parecer las fobias. En las fobias, estos miedos se condensan alrededor de un objeto, de una escena, de un animal, de un personaje. Frente a los miedos, más abrumadores e indefinidos, las fobias permiten al niño organizar la angustia alrededor de un objeto y esto le ofrece cierto grado de manejo: el niño tiene una idea de lo que tiene que evitar, de aquello de lo que tiene que cuidarse. De alguna manera, permiten al niño estructurar su mundo.
Los cuentos o las películas infantiles son otro modo a través del cual los niños intentan hacerse con esta angustia de separación y con los miedos que la acompañan. Por eso no es extraño que, en la época que aparecen, los niños se apeguen a determinado cuento, a determinada película, y deseen escucharlo o verlo una y otra vez. En él encuentran un tratamiento de aquello que les asusta especialmente.
Como padres debemos estar atentos a los avatares que atraviesan nuestros hijos en su camino de convertirse en autónomos, acompañarlos, pero no abrumarlos con nuestro acompañamiento, dejarles que vayan a ellos por delante en sus demandas de cómo ayudarles con esos miedos. Y si, en determinado momento, la dimensión que adquieren los miedos o las exigencias que los niños imponen a consecuencia de ellos sobrepasan a los padres, es buena idea consultar con un profesional que ayude al niño para que continúe con su trabajo subjetivo.
Esperanza Molleda