El pasado mes de noviembre (2017), los miembros de Sabere Clínica participaron en las XVI Jornadas de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis «Yo soy… todos somos…», en las que se trabajó en torno a las nuevas identificaciones. Durante estas jornadas se presentaron trabajos en los que se pensaba sobre las nuevas formas de identidad que nos trae la época. La identidad no deja de ser para el sujeto una forma de resguardarse, de velar la soledad constitutiva con la que a cada uno le toca apañarse -al final uno está solo en cuanto a su ser más íntimo se refiere-. A través de las identidades «yo soy esto o lo otro» taponamos cualquier vía hacia el inconsciente, de modo que evitamos tener que saber de lo más íntimo de nosotros mismos.
Asistimos a un momento en el que hay etiquetas para todo, de hecho incluso en nuestro ámbito, el de la psique, vemos cómo hay cada vez más y más diagnósticos que evitan las preguntas en cada caso: si el médico me dice que tengo «TOC», ésa ya es la respuesta en sí. A más etiquetas diagnósticas generalizantes, menos preguntas singulares. Es decir, si lo que me pasa responde a una etiqueta que vale para muchos otros, ya no me pregunto qué me pasa a mí en particular, por qué se ha desarollado ése síntoma.
El psicoanálisis apuesta porque cada sujeto pueda revelarse a sí mismo qué múltiples identificaciones se manifiestan en sus diferentes síntomas. Podríamos decir que la identidad vela precisamente las identificaciones inconscientes. Un ejemplo de identificación podría ser el siguiente: un hombre se queja siempre de que todo le va mal, no ve en absoluto que él tenga nada que ver con su propia desdicha. Esta ceguera hace que pueda quejarse de todo y de todos sin que nada se conmueva en su entorno ni en él, es decir, sin que esta queja le lleve a resolver nada de lo que le genera malestar. De pronto un día comienza a hablar de cómo no soporta que su padre sea una víctima, y a la vez le da pena. Su padre efectivamente ha sufrido muchas cosas en la vida, como él mismo, y esto le hace apiadarse de él. Sin embargo, también se le hace insoportable porque a veces ve que no sólo lo ha pasado mal sino que también hay cierto posicionamiento de su padre en ése lugar de víctima. Este hombre comienza a ver la identificación que le une afectivamente a su padre (a pesar de que son dos personas totalmente distintas en muchos aspectos, hay este lazo íntimo inconsciente: ser víctimas de las demás personas), y cuanto más va haciéndose cargo de su propio malestar (en el proceso analítico), es decir, la queja contra los demás empieza a dejar lugar para ver cierto grado de responsabilidad subjetiva, más le molesta la posición de víctima del padre. Ahora la identificación -al padre como víctima- puede empezar a caer.
Las personas en general defienden una identidad, algo que «saben» de sí mismas, mientras desconocen absolutamente aquello que verdaderamente les constituye. Hay una diferencia entre lo que una persona puede decir de sí, y aquello que se dice de sí misma aun cuando no sabe que lo está diciendo -disculpen este trabalenguas-. Lo primero es insignificante frente a lo segundo, pues es esto último lo que nos hace manejarnos en el mundo de un modo u otro -el goce, el sufrimiento, la satisfacción, las posiciones subjetivas…-. Uno se entretiene diciendo lo que es: «yo soy esto…». A modo de un espejismo cree saber de sí. En la identificación «yo soy…» hay una defensa -en forma de afirmación- contra el saber que sólo se alcanzaría mediante la apertura de ciertas preguntas: ¿Qué quiero? ¿por qué sufro? ¿Cómo estoy concernido en mi malestar?
En este marco, las intervenciones del Equipo de Sabere Clínica fueron las siguientes:
Esperanza Molleda presentó un trabajo llamado «Yo siento…: ¿Una brújula alternativa a la identidad?» en el que indagó cómo actualmente, ante la caída de los ideales comunes, los sujetos recurren al «yo siento…» como argumentación última para ubicar su ser y con ello fundamentar sus decisiones, siendo la adolescencia la época en la que eclosiona el empuje a entender y poner en orden este «sentir» con el que identificarse.
La presentación de José Alberto Raymondi llevaba como título: «No soporto que me toquen: Nolli me tangere». Un trabajo sobre los casos en los que el cuerpo femenino no está investido por la palabra de amor: un tratamiento clínico para la posible construcción del cuerpo erótico.
Por último, Marta García de Lucio presentó el siguiente trabajo: «De la frustración a la identificación con un nuevo ideal: los leones del califato o el terrorista millenial». Una exposición sobre un ejemplo de los nuevos -y perversos- discursos que pueden seducir a unos adolescentes que apenas tienen expectativas de futuro, que se sienten fuera de todo.
Las identificaciones son inevitables para el sujeto, pero cuando son demasiado fuertes pueden producir mucho sufrimiento, tanto en él mismo como en las personas que le rodean. El trabajo psicoanalítico permite esclarecer, y de este modo hacer caer en cierto grado, las identificaciones que constriñen a la persona, condenándola a repetir aquello que más rechaza.
Sabere Clínica.
Psícologos y psicoanalistas