Las relaciones de pareja, de corta o larga duración, pueden encontrarse con que ya no es posible o deseable continuar juntos. En ocasiones, esta separación o ruptura en el vínculo es consensuada; es decir, se coincide en que es mejor para ambos no continuar. ¿Los motivos de esta ruptura? Son innumerables, a veces obedece a razones aparentemente externas a los integrantes de la relación: mudanza a otro país por razones de estudio o trabajo, una insalvable diferencia de intereses en el proyecto vital, por ejemplo, alguno no quiere tener hijos y para el otro es su mayor deseo. Otras veces no son tan evidentes, responden a elementos mas íntimos que sorpresivamente hacen difícil sostener una relación de pareja.

Cuando los motivos ya no responden a razones tan objetivas se abre el campo para la toma de una decisión unilateral, necesariamente subjetiva y, por tanto, de mayor complejidad para ser asumida. Es así para quien se ha percatado de la ruptura anticipadamente y aún más para el que aún la ignora. En esos casos, la culpa puede llegar a hacerse presente en quien toma o está en el proceso de tomar la decisión. La culpa puede llevar a sostener una relación que ya no se desea incrementando el dolor y malestar en el vínculo, abriéndose así un circuito que puede llegar al tormento.

No hay una razón siempre necesaria y suficiente que justifique la separación. En el horizonte de la decisión de continuar o no una relación de pareja se encuentra un sin sentido. En otras palabras, la lógica de la razón no es el sostén del amor o el desamor.

Aún en los casos en que se coincide en que la mejor opción es la separación, puede llegar a invadirnos un desasosiego intenso. Este “desasosiego” puede manifestarse en un mal humor inexplicable: ¿cómo puedo estar tan disgustada o disgustado si realmente quería dejarle o que me dejara? Ese cambio de humor puede responder a pensamientos que se escapan a la consciencia y que son los verdaderos resortes de lo que está generando ese inexplicable, y en ocasiones insoportable, cambio de humor.

Suele ocurrir que la ansiedad se hace presente sin motivo ni razón aparente, y entonces me encuentro desconcentrado e inquieto y no logro conciliar el sueño o éste no suele ser reparador. Quizá el más reiterado de los cambios de humor o ánimo obedece a una tristeza y desazón que no me deja realizar con satisfacción las actividades y rutinas que usualmente me reportaban placer. Este sentir puede ser un episodio depresivo causado no por la persona que se ha dejado si no por aquello de nosotros que se perdió con esa separación.

Una ruptura de pareja, incluso en el escenario de una separación amable y pacífica, nos conduce a una pérdida propia, algo de nosotros mismos se fue con esa separación. Ese trozo de mí mismo que se ha extraviado puede conducirnos a no reencontrar el rumbo o sentido que antes tenían las cosas.

En los casos en los que la ruptura no es consensuada esto puede aparecer con más fuerza e intensidad. Cuando la separación no es deseada por uno de los miembros de la pareja el desasosiego puede llegar a cobrar una coloración mucho más acentuada. La sensación de abandono o injusticia puede ser un disparador de muchos sentimientos y pensamientos que en un extremo nos conducen a realizar actos o tomar decisiones irreversibles.

En definitiva, una separación realmente rompe algo, y ese algo que se rompe no se repone o repara en la simple espera, no es suficiente ese viejo refrán que dice: “el tiempo lo cura todo”. Las penas de amor, son “penas” y como tales nos colocan ante una situación de duelo. Algo se perdió y ese alguien nos dejó ante una falta propia que no sólo el tiempo mejorará. Se hace necesario realizar un trabajo de duelo y la ayuda de una terapia puede ofrecer las herramientas necesarias para que ese duelo se efectúe. No siempre es fácil ajustarse a la expectativa que se nos impone: “la vida continúa”. Ciertamente, la vida continúa, pero para quien está sumergido en un duelo ignorado la vida quizá pierde su color y sentido. La salida no siempre es encontrar a la brevedad alguien o algo que sustituya la anterior pareja para que todo vuelva a una aparente normalidad. Esa estrategia, en ocasiones, nos lleva a elecciones precipitadas que finalmente nos conducen a una nueva pérdida; y cuando así ocurre de forma repetitiva el dolor se instala mermando verdaderamente nuestra capacidad de disfrutar y seguir adelante.

Superar una pérdida, cuando ocurre una ruptura de pareja, es la oportunidad que puede permitirnos realmente encontrarnos con algo de nosotros mismos que se encontraba extraviado, y que sólo una ocasión así puede llevarnos a su reencuentro.

José Alberto Raymondi