Las dificultades psíquicas con las que convivimos a diario, son un complejo de muchos elementos de los que no somos conscientes y que además no son muy conocidos en la cultura popular. Vivimos en la época, además, en la que prima de manera evidente lo observable, lo que percibimos a través de los sentidos, y el razonamiento o procesamiento mental que podemos hacer de ello. Experiencia y razón combinadas nos ofrecen una serie de respuestas que sin embargo no alcanzan a explicar lo que nos ocurre a las personas.

De hecho, entre la experiencia -lo que observamos-, y el razonamiento de lo observado, hay que introducir lo que llamaré aquí la fantasía inconsciente: es decir, el conjunto de elementos propios que intervienen cuando vivimos los acontecimientos cotidianos. Esto es muy fácil de entender si pensamos en la cantidad de veces que nuestro criterio sobre un suceso observado o vivido por dos personas difiere enormemente entre ellas. Una opina que pasó x, y la otra opina que pasó y. ¿Cómo es posible este desacuerdo sobre una experiencia que pensamos como objetiva?

Precisamente porque en la observación y vivencia de la realidad intervienen estas fantasías o fantasmas. No son conscientes, no intervienen bajo nuestra voluntad o decisión. Pongamos un ejemplo:

Ante una madre que demanda incesantemente –pide, pide y pide sin parar- a sus hijos cualquier cosa, un hijo puede sentirse interpelado a responder a esta demanda necesariamente, no puede decirle que no, le agobia tremendamente pero a su vez entiende que él tiene que rescatar a su madre de la pena que esta tiene si no se le atiende tal y como ella demanda. Él lee la situación como una madre que necesita ser rescatada de su tristeza y en sí mismo ve a aquél que la rescatará. Su hermano sin embargo, puede ver a su madre más que como una víctima que necesita ser salvada, como una persona insaciable que no le deja ni respirar, por lo que se aleja todo lo que puede de ella antes de que lo asfixie. Quizás esta mujer no sea ni lo uno –una pobre víctima de la tristeza- ni lo otro –un ser asfixiante-, quizás sólo sea la lectura de sus hijos, o quizás haya algo de verdad en todo ello. Lo que queda claro es que no se puede leer la realidad de manera aséptica, y por eso es, entre otras cosas, que sufrimos, que se nos hace difícil movernos de posición, que repetimos constantemente la misma escena que nos desespera, o cuanto menos, nos inquieta. Comprender dónde se está posicionando uno y por qué -qué obtiene sosteniendo esa posición-, permite algún tipo de movilización, la introducción de algún matiz entre repetición y repetición.

En este sentido podemos decir que lo que percibimos es interpretado por cada uno, no se percibe sin más tal y como es la realidad, sin interpretación; más bien la percepción de la realidad está afectada por un conjunto de fantasías inconscientes que nos hacen interpretar a cada cual la realidad de un modo u otro. Hoy el discurso de la ciencia y la objetividad nos ponen a creer que verdaderamente podemos conocer la realidad tal cual, pero eso es otra fantasía, la de la época. Es una fantasía que nos permite ahorrarnos preguntas subjetivas. A través del discurso y el sentido común cerramos las preguntas. Siguiendo con el ejemplo anterior: creo ver al otro tal y como es, madre necesitada/madre asfixiante, y actúo como mejor considero. Pero como vemos, ya tenemos al menos dos lecturas distintas de una misma realidad ¿cuál es la verdadera? Y más aún ¿Importa tanto la verdad? Quizás lo verdaderamente fundamental es captar cómo se sitúa uno ante el otro, por qué uno lee al otro de esa manera, y qué le mueve a colocarse en un sitio u otro frente a esa lectura.

En una época en la que se trata de robar el espacio de la subjetividad –pues se pretende que todo sea objetivo-, el psicoanálisis se presenta como el espacio justo donde aún resiste el valor de lo singular de cada uno. Donde la historia de cada uno importa mucho más que el discurso común que tapona la posibilidad de abrir preguntas subjetivas. ¿Qué me pasa a mí? ¿Por qué se me repite esto o aquello continuamente? ¿Por qué si me molesta tanto esto de mí, o del otro, o de una relación, no soy capaz de moverme en una dirección distinta? ¿por qué me atasco en este asunto?

Es la época de los informes, de los diagnósticos, de las respuestas inmediatas. Etiquetas que parten de una respuesta universal, común, para cerrar las preguntas singulares. Para poner otro ejemplo, cientos de niños hoy reciben el diagnóstico de TDAH. Una vez encajado el niño en la respuesta universal, ya no hay más preguntas. Cuando los padres de estos niños por alguna razón se deciden a llevarlo a terapia, más allá del diagnóstico tratado con la medicación, esto nos permite abrir algunos interrogantes, que en el trabajo con el niño o la niña, permiten aliviar algunos síntomas. Cuando recibo un adolescente en la consulta que me trae el diagnóstico de TDAH casi como su carta de presentación, además de interesarme por otras cosas de su vida, le pido su opinión y valoración sobre su diagnóstico. Esta pregunta les sorprende mucho, nunca lo habían pensado antes, nadie les había puesto a pensar en esto que les pasa, les dan las respuestas sin abrir ninguna pregunta subjetiva. Hablando de su padecimiento –llámese TDAH o veamos más tarde que no era tal-, se desvelan algunas angustias que el adolescente tiene en la familia, en el lugar que ocupa frente a sus padres, en lo que se espera de él, en la escuela, etc. Y dando lugar a estos asuntos, el paciente puede llegar a sentir menos inquietud en su cuerpo, a poder concentrarse mejor, a tomar algo de claridad en lo que le pasa verdaderamente.

Digamos entonces que toda realidad es interpretada por nosotros a partir de nuestros fantasmas inconscientes, a partir de preguntas que aún no nos hemos hecho: ¿Qué soy para el otro (padre, madre, pareja, hermanos)? ¿Por qué insisto en esta posición que me hace daño? ¿Por qué me paralizo ante tal o cual malestar? Etc. Hacer un recorrido analítico implica abrirse a aquello de nosotros que aún no sabemos y que opera continuamente en la vivencia de las cosas, hacerse preguntas de una manera inédita, de una manera que no se puede hacer a solas, o con las amistades, pues es de la manera más íntima. De una manera que trata de tocar cosas que ni siquiera sabíamos que estaban ahí. Hacer un análisis es poner sobre la mesa algo de esa fantasía o fantasma a partir del cual leemos la realidad.

 

Marta García de Lucio

Psicoanalista

Sabere Clínica

Zona Atocha, Madrid.

*La foto que encabeza el artículo es de

Gregorio Apesteguía y se puede encontrar

en Almacén de Análisis