Uno de los conceptos claves en la psicología actual es la autoestima. Muchas personas achacan sus estados de malestar, de ansiedad, de depresión, y sus dificultades en las relaciones amorosas, en la familia, en la amistad, en el trabajo, en los estudios, etc., a la falta de autoestima. “Quererse a sí mismo” es una medicina que nos recetan y nos recetamos con asiduidad. Pero las cosas no son tan sencillas. Tener autoestima o quererse a sí mismo parte de una serie de supuestos acerca de los cuales el psicoanálisis nos invita a pensar. Estas afirmaciones implican que podemos ser “una unidad” capaz de ejercer la voluntad de tomarse a sí misma como objeto para hacer recaer sobre ella nuestro aprecio, nuestra estima, nuestro amor. Y aún más, suponemos que esta operación, de por sí, va a permitirnos salvar las dificultades de la vida y el sufrimiento subjetivo.
Lo cierto es que la subjetividad humana solo tiene unidad por momentos. En la experiencia cotidiana la percepción de nosotros mismos es a menudo cambiante, borrosa, desdibujada, lábil. Dudamos mucho de cómo somos, internamente nos preguntamos quiénes somos, y a menudo nos sorprendemos con reacciones, lapsus, actos o deseos que no se corresponden a la idea que tenemos de nosotros mismos.
El psicoanálisis constata que esto no ocurre por un fallo singular, achacable a cada uno de nosotros, que puede ser salvado por algún tipo de aprendizaje, sino por una cuestión de estructura: no es posible captar de forma constante y definitiva la realidad a través de las palabras. Esta limitación del lenguaje para poder captarnos a nosotros mismos es lo que el psicoanálisis denomina inconsciente, e implica que toda una serie de hechos en nuestra experiencia quedan por fuera de lo que conscientemente podemos explicar con palabras. De esta manera se escapa la ilusión de poder esculpir una imagen de nosotros mismos a la que apreciar de manera permanente.
Para responder a estas vacilaciones acerca de lo que somos solemos apoyarnos en identificaciones, pero a menudo estas se nos quedan cortas: “Soy un buen trabajador, pero…”, “Soy muy amiga de mis amigos, aunque a veces…”, “Soy muy sincero, sin embargo…”, etc.
Una manera de intentar hacer más firmes estas identificaciones pasa por compararnos con los demás, apoyándonos en ellos como modelos o contramodelos. Elegir un contramodelo nos permite construir nuestra identidad desde la negación: “Yo no soy vago como…”, “Yo no soy mala persona como…”, “Mi vida no es desastrosa como la de…”, pero al precio de necesitar sostener al otro siempre como un enemigo. En caso contrario, en el momento que vemos algún punto de simpatía o de valoración de este contramodelo, nuestra propia identidad se ve amenazada: si él no es tan malo, yo no soy tan bueno. Muchos problemas en las relaciones personales, sociales o incluso políticas, se derivan de la rigidez de tener que situar un enemigo sobre el que sustentar nuestra identidad valorada.
Por otro lado, utilizar a los otros como modelos puede orientarnos en la constitución de una imagen valorada de nosotros mismos, pero con el riesgo de caer siempre del lado de la falta: “No consigo ser tan atractiva como…”, “No logro hacer las cosas tan bien como…”, “No tengo tanto éxito como…”, etc… Tendemos a idealizar la imagen superficial del otro elegido como modelo, olvidando las dificultades que también esta persona tiene en la vida con su propia imagen de sí.
Las variaciones en la economía de la autoestima, las sensaciones variables de tener alta o baja autoestima se derivan normalmente de los avatares de nuestra comparación con los semejantes en su papel de modelos y contramodelos.
Por si esto fuera poco, los seres humanos nos encontramos también con una tendencia que Freud denominó “más allá del principio del placer”, de forma que en muchas ocasiones no somos capaces, por mucho que nos lo propongamos, de hacer aquello que suponemos que es bueno para nosotros, aquello que nos causa placer y nos devuelve una buena imagen de nosotros mismos, sino que no podemos evitar dejarnos llevar una y otra vez por la repetición de situaciones que nos devuelven la peor imagen de nosotros mismos.
Teniendo en cuenta estas puntualizaciones, podemos entender que “tener autoestima” de forma estable es una tarea prácticamente imposible ¿Cómo hacer entonces para tratar ese sufrimiento psíquico, la ansiedad, la depresión o las dificultades en distintos ámbitos de tu vida que piensas que se derivan de la falta de autoestima? En Sabere Clínica te ofrecemos un equipo de psicólogos y psicoanalistas en la zona de Atocha, en Madrid, para que puedas indagar acerca de tus dificultades, conocer qué aspectos de esas dificultades son achacables a ti, cuáles son achacables a las particularidades de los otros o a condiciones insalvables de la propia realidad, de forma que puedas saber más de ti mismo y encontrar un camino para vivir sin sufrimiento más allá de los laberintos en los que uno se adentra buscando tener autoestima.
Esperanza Molleda