¿Quién no ha sentido o experimentado alguna vez este imponente afecto? Quizá existan personas que prefieran hablar de ansiedad, de nervios, o sencillamente de estrés. Lo que no deja de ser cierto es que más allá de los nombres, la angustia cuando se hace presente irrumpe de forma abrupta. No hay lugar para su omisión. La angustia es ese afecto que no engaña. Así lo definió un importante psiquiatra y psicoanalista del siglo pasado: Jacques Lacan, luego de Freud sin duda el psicoanalista más influyente en la historia de la psiquiatría y la psicología.
La primera distinción que hay que hacer respecto a la angustia es su diferencia con relación al miedo. El miedo es siempre ante un objeto, ante una realidad concreta. Se tiene miedo ante algo que representa un peligro para quien lo experimenta. Ese miedo puede ser exagerado, incluso considerársele absurdo, como es el caso de las fobias, pero cuando hay miedo se conoce qué lo produce en la realidad. La angustia, por el contrario, es ante nada. Se ignora el objeto o la realidad que produce la angustia. Muchas personas podrían afirmar que sí saben que les produce “ansiedad”, por ejemplo, porque tienen identificada una situación que les hace sentir ese afecto tan peculiar: tensión corporal, sudoración, agitación cardíaca y respiratoria, o apenas un leve temblor en alguna parte de su cuerpo. Es bastante probable que tengan identificado lo que les produce, entonces, miedo, pero no angustia.
La angustia forma parte de nuestra vida. Es un afecto que aparece en las encrucijadas importantes de nuestra existencia. Qué elegir, cuáles serán las consecuencias de esa elección. Qué efectos tendrá mi decisión. No sabemos de forma anticipada las consecuencias de nuestras acciones y decisiones; ese desconocimiento puede llegar a producir una cantidad de angustia realmente significativa. Es imposible tener garantías acerca de los efectos de nuestros actos. Sólo el tiempo podrá ir mostrando algunas de esas consecuencias y tendremos que hacernos cargo de esa decisión aún cuando no deseemos sus resultados. Esa inevitable condición puede llegar a tomar cuerpo en algunas personas sumergiéndolas en una situación vital realmente insoportable. Cuando ello ocurre es necesario acudir a un especialista. En Sabere Clínica ubicado en la zona de Atocha, Madrid, se ofrece tratamiento para esta afectación que nos atraviesa e interrumpe nuestra posibilidades de funcionar como lo veníamos haciendo.
Recientemente, una paciente en tratamiento por una angustia “inmotivada” comentaba, después de varios meses en terapia, que la palabra es la mejor vía para tramitar la angustia. Decía: “las pastillas no curan ni ayudan realmente a ver qué quiere decir ese desagradable sentimiento”. En muchas ocasiones es necesario complementar por un tiempo el tratamiento terapéutico psicoanalítico con alguna medicación especializada, pero, tal como pudo identificar esta paciente, la angustia es una oportunidad para interrogarse acerca de nuestra propia vida. La angustia es una señal de peligro. Lo que no habría que hacer es anularla con sedativos que sólo desplazarán el problema pero bajo ningún concepto lo resolverá. La angustia es ese afecto que no engaña y por ello no se deja disolver sin que se atienda su causa.