Advertencia: este artículo quizá sólo sea de interés para quienes aún tienen el deseo de vivir esta extraordinaria experiencia del amor. De eso que llamamos amor aún cuando no sepamos que signifique eso, pero inevitablemente lo hemos sentido, nos ha herido.
Parto de la idea de que algo ha cambiado respecto a este asunto del amor. Me refiero a que ahora mismo estamos asistiendo a un cambio de paradigma en las formas de concebir el amor de pareja. De hecho, ni siquiera el término pareja responde estrictamente como formato para el amor erótico, al menos no lo parece si incluimos, por ejemplo, el poliamor entre las nuevas modalidades de vivir la experiencia amorosa en nuestros tiempos. Ciertamente, esto tampoco es nuevo si lo entendemos como una práctica sexual en grupo. Lo curioso es que esto que se llama poliamor no va exclusivamente de gimnasia sexual entre varios.
¿Ante qué escenario estamos? Precisamente en la ruptura o desaparición del escenario amoroso. Si entendemos que desde el siglo XIX, aproximadamente, rige el imperativo de casarse o unirse con alguien, voluntariamente, por amor. En la modernidad quizá ese haya sido el cambio más significativo de la escena amorosa; en ella los personajes decidían con quién querían realizar su vida. El contrato, digamos, se basaba fundamentalmente en esa elección libre. Y esa elección se sostenía, al menos, en dos pilares, más antiguos que esa nueva modalidad contractual de un amor elegido. No obstante, lo que se ha sostenido en el tiempo para cualquier modalidad contractual en el orden del amor ha sido la monogamia y la exclusividad. Parece que una implica la otra: si se es monógamo la exclusividad esta implícita, o si se es exclusivo entonces se es monógamo. Quizá, aunque no parezca evidente, cada una puede sostenerse sin la necesariedad de la otra, pero dejemos los juegos lógicos para otra ocasión.
El asunto es ¿cómo se establecen hoy los lazos con el otro? Ese otro que llamamos partenaire, que según la RAE se refiere a esa “persona que interviene como compañero o pareja de otra en una actividad, especialmente en un espectáculo”. Para el propósito de este texto es cabal su definición. El amor es esa actividad que requiere de todo un montaje escénico para que el guión pueda funcionar. Ese guión en última instancia es inconsciente. Sin embargo, la escena amorosa actual exige un contrato explícito, pactado, para ser llevado adelante.
Diferentes estudiosos de la investigación periodística se han ocupado de describir esos nuevos modelos para establecer los vínculos de amor con un otro, que independientemente que sean varios numéricamente, está tomado como un Uno. ¡Lo curioso de estas nuevas formulas precisamente reside allí! Aunque sean varios a la vez, o en sucesiones muy cortas, se sigue convocando al otro como un Uno. De allí la pregunta por lo qué realmente ha cambiado: el modelo del otro como único, en relación de exclusividad o monogamia, quizá se siga sosteniendo de contrabando en estas nuevas modalidades contractuales; en esa otra escena inconsciente.
Pero, ¿cuáles son esas prácticas que funcionan bajo nuevos contratos para amar y ser amado? La lista puede ser muy larga, mencionaremos las más usadas en los medios de información de masas. Ya hemos mencionado el poliamor, su propuesta es sostenerse en el contrato de un amor no exclusivo ni monógamo, se puede amar simultáneamente a más de una persona. Y mantenerse en el tiempo con todas las implicaciones de una vida afectiva comprometida. No hay restricciones más allá de las acordadas con los partenaires. Tenemos, por ejemplo, a los flexisexuales, esto se refiere a que se admite las relaciones con otros del mismo género u otros -la lista en este rubro también es muy amplía-. Incluso la pareja puede cambiar de posición, hacer de ese otro masculino o femenino. Los híbridos, en este contrato, uno de los miembros de la pareja no tiene las mismas inquietudes de abrirse a otro partenaire, pero, admite que el otro lo haga si lo desea, se acuerda bajo contrato las restricciones para que ese otro puede amar o vincularse sexualmente con los demás. Se suele acordar no tener más de una cita con ese otro fuera de la pareja nuclear, aunque estas cláusulas en todos los modelos suelen estar sujetas a revisión. La temporalidad para la vigencia o renovación del contrato suele ser parte del contrato mismo. Aquí el “para siempre” no es tácito. La lista sigue, están los ya clásicos follamigos, que oficializan bajo el modo contrato sus límites y posibilidades para amarse. También están los swinger, modalidad bastante sofisticada, exige un diseño y seguimiento cuidadoso del contrato establecido, en general, hay una pareja inicial que se abre a otros fundamentalmente bajo un acuerdo de no implicación emocional, es decir, sólo se ama a la pareja establecida, el otro se hace presente para satisfacer distintas fantasías de cada miembro de la pareja o de la pareja como tal. Diría que en sí misma esta modalidad requiere de un lugar especial, sin embargo, entra en la lógica de los nuevos contratos. Están los contratos donde el modo que se sostiene es la vida conjunta pero en casas separadas, allí la exclusividad o monogamia no está necesariamente cuestionada, pero sí la idea de la convivencia bajo un mismo techo, y la duración “para siempre” tampoco se da por hecho. Mas recientemente se han visibilizado los asexuales, su gesto subversivo se centra en su desinterés por lo sexual: hay amor pero no sexo. Otra modalidad que requeriría en sí misma una detenida indagación. Es fácil rastrear en la red las distintas modalidades, estas son apenas algunas de ellas. Todas ellas bajo una lógica del contrato tipo laboral.
Allí reside el interés y la evidente variación respecto al paradigma que se inició en el siglo xix con la revolución industrial. Donde antes se esperaba la realización personal en el encuentro amoroso, donde ese otro tenía que ser, de alguna manera, la otra mitad -aunque está idea de la media naranja viene de más lejos- que me complementaría, se esta instalando el paradigma de la empresa, del rendimiento temporal y contractual. El ideal de la monogamia y exclusividad está en caída, al menos, en lo visible de la escena amorosa. Ya planteé más arriba la tesis de que en la otra escena -en lo inconsciente- sigue privando la búsqueda del uno, se anhela hacer uno. La multiplicidad, la pluralidad en los partenaires, en las temporalidades y en las formas del contrato, no dicen, en última instancia o desde esa otra escena que el deseo haya cambiado.
Quizá lo que muestra con cierta claridad estos nuevos cambios son las formas y modalidades de inventar la experiencia amorosa. Y en ese sentido, la monogamia y la exclusividad no son más que una argucia de la razón «erótica». Cada una de estas modalidades han sido y serán invenciones para sostener esa antigua idea de hacer el uno con el otro, el eterno anhelo de plenitud. Finalmente, Aristófanes, ha prevalecido -y triunfado- a pesar del tiempo transcurrido; ese poeta cómico de la antigüedad, que en la pluma de Platón mencionó aquel mítico discurso en el que alguna vez fuimos un uno completo y que por castigo de los dioses fuimos separados de nuestra otra mitad. Según ese relato estamos condenados a su perenne búsqueda para recuperar a ese otro que vendría a devolverme la plenitud. En ese discurso emerge lo de la pareja ideal. Ese relato mítico da cuenta de ese anhelo, aún más primitivo u originario, de ser uno. Platón, entonces, fracasó en ese gran texto sobre el amor, conocido como el Banquete, donde intervino Aristófanes y también otros importantes personajes griegos del mundo clásico, entre ellos Sócrates; fracasó en la medida en que en el imaginario colectivo ha prevalecido, hasta nuestros días, el planteamiento irrisorio de Aristófanes. En ese libro la idea del autor estuvo expresada en la voz de Sócrates, se refería al amor como aquello que nos falta, decía del amor su verdad: la verdad del amor es el deseo. Sólo se ama lo que falta, lo que no se tiene. La verdad del amor no es su completud, ni su unidad.
Cada uno de los modelos que han transcurrido en el devenir de la historia no son sino intentos de hacerse con esa verdad inaugural del amor como falta, como incompletud. Intentar colmar ese agujero, ha dado lugar y lo seguirá dando a las más variopintas invenciones, algunas más satisfactorias que otras. Cada cual hará de las existentes la suya, o se abocará desde su propia falta a crear nuevas modalidades para realizar la experiencia del amor. En ese sentido ninguna es mejor o peor que otra. Lo que sí es importante resaltar es la mutación que la lógica prevalente del mercado impone.
Las modalidades actuales están bajo el empuje al consumo. Los contratos, las parejas, las experiencias amorosas, los formatos, los procedimientos son cada uno de ellos objetos para el consumo. Se oferta y se compra cada uno de estos modelos. Se vende en el mercado del amor la modalidad que colmará esa falta originaria. ¡No hay que desvelar o detenerse a hacerse con eso incompleto!, parece decir el mercado en sus distintos sloganes publicitarios. Al contrario, la tecnología ha facilitado a través de las grandes plataformas de datos en las redes sociales propuestas absolutamente personalizadas.
Las app se especializan en crear servicios y productos que se ajusten a los requerimientos de cada cual. Lo más singular de cada quien queda atrapado en esos algoritmos universales para ofertarte el diseño exclusivo para ti. ¡Y en el orden del amor se está absolutamente al día con ello! Para el mundo actual, para el mundo del mercado global y digital, no ha triunfado o fracasado estos relatos instituyentes de la vida amorosa. Para está lógica de la oferta y la demanda Platón y Aristófanes son los grandes artífices del éxito del mercado amoroso actual: si la falta es incolmable el mercado es infinito, aboquémonos entonces a fabricar ilimitadamente productos para satisfacer lo que realmente quedará siempre insatisfecho, el deseo de completud, el de ser uno.
De ahí que la propuesta desde el psicoanálisis sea saber hacer con esa falta, para que la deriva del sufrimiento como repetición y del síntoma no sean la única respuesta posible. Para ello la experiencia que ofrece la terapia psicoanalítica se sustrae a esta lógica del consumo incesante de los tiempos actuales. Se puede abrir bajo esa experiencia de lo inconsciente el espacio para un nuevo amor, quizá la mejor oferta posible…
José Alberto Raymondi
Consulta en Sabere Clínica, Atocha. Madrid