¿Niños hiperactivos? ¿Adultos angustiados?

 El diagnóstico de Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad, el conocido TDAH, fue creado como tal en los años 80 del siglo pasado. Desde entonces hasta ahora no ha hecho más que crecer el número de niños y jóvenes ubicados bajo este diagnóstico, incluso cuando ha sido cuestionado por una parte no desdeñable de los profesionales de la Salud Mental.

Fenomenológicamente con lo que nos encontramos es con niños que no se adaptan a lo que se espera de ellos dentro de la familia y/o en el ámbito educativo: niños que molestan, que no aprenden, que se distraen, impulsivos, rebeldes, incluso provocadores, niños que no se quedan quietos, callados y tranquilos, esforzándose en adecuarse a cierto ideal social y familiar.

Desde la perspectiva diagnóstica más convencional, se entiende que estos niños padecen un “trastorno” que se caracteriza por tener un “déficit” en su capacidad de atender y de modular su conducta. La causa hipotéticamente se sitúa en cierta disfunción cerebral relacionada con la insuficiencia de dopamina. Por ello, el tratamiento más extendido para estos niños es la medicación con un estimulante, el metilfedinato, y la terapia cognitivo conductual orientada a modificar las conductas y los pensamientos de los niños con la ayuda de los adultos encargados de su crianza.

Desde el psicoanálisis, en cambio, se entiende que estos distintos problemas localizados en un niño concreto son en realidad “síntomas”, es decir, signos de la subjetividad del niño que deben ser interpretados. Y como los niños están íntimamente vinculados a los adultos que se hacen cargo de acompañarlos en su crecimiento, estos “síntomas” no pocas veces están relacionados con lo que les ocurre a estos adultos de referencia.

No es baladí que el diagnóstico de TDAH haya aparecido y se haya extendido desde los años 80. Coincide con la extensión masiva del uso de los anticonceptivos y con la implementación de técnicas cada vez más sofisticada para concebir hijos y, por lo tanto, con la instalación bien delimitada de la necesidad de definirse respecto al deseo de tener un hijo. De esta manera un niño, un hijo, ha pasado de estar marcado por un deseo (o por una falta de deseo) en el que azar y la contingencia tenían un papel importante, a estar marcado por un deseo (o falta de deseo) denso y espeso. Los niños ahora o bien son deseados durante mucho tiempo o con mucha intensidad antes de ser concebidos, o bien son consecuencia de una irresponsabilidad imperdonable por no haber puesto los medios de evitar el embarazo cuando no son conscientemente deseados.

Por otro lado, en las sociedades avanzadas los niños nacen inmersos en la atmósfera que todos compartimos de empuje al  “éxito”, a conseguir logros valorados socialmente. Este “éxito” se supone que se adquiere con el esfuerzo personal y con una adecuada educación. De esta manera los niños de ahora se enfrentan a esta exigencia de ser exitosos tanto desde el lado de los padres como desde el sistema educativo.

En este caldo de cultivo es en el que prolifera el diagnóstico de TDAH, niños intensamente deseados o irresponsablemente traídos al mundo que deben adecuarse al ideal social y familiar de logros exitosos, pero que fallan de alguna manera. El contraste entre el niño real y el niño imaginado e idealizado tiene como consecuencia la angustia tanto del lado de los niños como del lado de los adultos, padres o educadores, encargados de su educación. Estos basculan entre pensar que algo le pasa al niño o que algo están haciendo ellos mal para que ese niño no responda como se imagina que deberían hacerlo. En esta encrucijada el diagnóstico de un experto, así como las indicaciones terapéuticas consiguientes pueden resultar una válvula de escape para dar una interpretación a lo que ocurre, aún cuando implica la medicalización excesiva de las dificultades infantiles.

Desde  Sabere Clínica, damos toda su importancia tanto a los síntomas de los niños como a las angustias de los adultos cercanos al niño que piensan que algo no va bien, pero sin precipitarnos en un diagnóstico. Es necesario darse tiempo y escuchar al sujeto infantil y a sus padres y educadores para poder interpretar los factores implicados en las dificultades infantiles en el aprendizaje,  para atender, para obedecer, sus conductas fuera de la norma, su hiperactividad, etc… Para poder así discriminar si se trata de problemas derivados de situaciones circunstanciales del niño, si existen limitaciones cognitivas reales del niño, o si se trata de alguna patología más grave en el menor. De esta manera, los psicólogos de Sabere Clínica ofrecemos en Madrid, zona de Atocha, la posibilidad de ayudar a los niños y a los adultos encargados de su cuidado a afrontar las angustias y sus causas, así como conocer y hacerse cargo de la singularidad de cada niño con sus limitaciones y sus posibilidades.

 

Esperanza Molleda