A menudo interpretamos una bajada en el rendimiento escolar de los hijos de dos maneras: bien porque «se están haciendo vagos», bien porque quizás tengan algún déficit cognitivo o similar a diagnosticar. De este modo obviamos un sinfín de problemáticas a las que se enfrentan los hijos e hijas al entrar en la adolescencia: la pertenencia al grupo de amigos, los primeros amores y desamores, la búsqueda de una identidad propia, los cambios físicos, el redescubrimiento de la sexualidad, etc.

Además, la relación que padres y madres tienen con sus hijos, la forma de afrontar los cambios de éstos, y los ideales que proyectan en los y las adolescentes son fundamentales para enmarcar el problema. Generalmente, los adultos se sitúan en el lugar del saber y de la experiencia, de tal modo que no dejan espacio para la pregunta, para poder averiguar algo sobre las dificultades de sus hijos e hijas. Si bien es cierto que padres y madres saben mucho y tienen mucha experiencia, cada hijo, cada hija, son un maravilloso misterio para sí mismos y para el resto, incluídos sus padres. Pongámoslo en las hermosas palabras de Charles Dickens:

«Un hecho maravilloso a reflexionar, que cada criatura está constituída para ser un secreto profundo y un misterio para todas las otras.»

Es éste un hecho muy difícil de asimilar para todos, pues en el fondo, quisiéramos tener la verdad sobre las demás personas, como si hubiera tal verdad. Y así les sucede a madres y padres, quisieran poder saber sobre sus hijos e hijas lo que ellos mismos no saben de sí. Esto les lleva a los adultos a crearse la fantasía de que saben. Por ejemplo, creen saber por qué suspenden sus hijos: «está vagueando», «se distrae», «no se organiza», «pasa de todo», «está muy rebelde», etc. Todas estas afirmaciones pueden ser ciertas, sin embargo no responden a las razones íntimas que llevan a chicas y chicos a desengancharse (algunos más, otros menos) del estudio.

Es por todo esto que es necesario introducir preguntas, es decir, que padres y madres puedan iniciar un diálogo con sus hijos sobre el porqué de sus suspensos escolares. Habrá que ver si se ha desinflado el deseo o perdido el interés por los estudios, si el adolescente está atravesando una mala racha, si tiene problemas con sus compañeros de clase, si le pasa algo con sus propios padres -separaciones difíciles de los padres, sobreprotección parental, etc.-, si se siente anímicamente mal, si ha sido un problema puntual que no responde más que a una dificultad académica, etc.

Nos encontramos habitualmente con padres y madres que se responsabilizan excesivamente de los resultados académicos de sus hijos. De este modo no les dan la autonomía a los jóvenes para que se hagan cargo de sus decisiones, de su deseo, y de su futuro, y además se frustran y culpabilizan cuando los resultados no son los que esperaban. Al proyectar el ideal propio en el hijo o la hija, los adultos en lugar de acompañar y a la vez poner los límites necesarios en casa, se vuelven demasiado exigentes y demandantes o por el contrario abandonan y se dan por vencidos. Que los hijos e hijas se satisfagan por el resultado de su propio esfuerzo no se puede lograr mientras estudien para otro, para satisfacer la demanda de sus padres.

En este sentido, es importante que los estudiantes puedan construir y sostener su deseo. Si tratan de satisfacer las demandas de sus padres sin poder dar lugar a lo que ellos realmente quieren, es fácil que se dé lo que se suele llamar «fracaso». Muchos adultos, además, caen en la trampa de «meterles miedo» respecto al futuro. Esta es una muy mala estrategia, pues en nuestra época, tras la crisis, ellos ya tienen ese miedo. Y a partir de esos temores a la escasez de trabajo emerge la pregunta «¿para qué estudiar entonces?». Por eso es importante que el saber tenga un valor en sí mismo. Y esto sólo puede lograrse con la participación del estudiante, quien ha de ver este valor en que, sea más o menos tedioso, el estudio es lo que le acerca a aquello que desea. Y para esto es fundamental que el estudiante pueda ir construyendo su deseo.

Cuando los suspensos responden exlusivamente a una dificultad académica se puede resolver con un profesor particular o una academia. Pero cuando se intuye que hay otras variables, conviene indagar un poco y sobre todo desde el primer momento en que empezamos a darnos cuenta de algo no marcha bien. Esta indagación a veces la pueden realizar los propios padres y madres prestando su oído a los hijos. Otras veces hace falta un profesional, no sólo por las estrategias que puede tener un psicoterapeuta, sino también porque hay cosas que los adolescentes prefieren hablar con alguien ajeno a su mundo. Darles un espacio así, proporciona el aire que necesitan para desahogarse y ubicar sus dificultades.

Nuestra propuesta desde Sabere Clínica consiste en averiguar a qué responden los síntomas que muestran los adolescentes y que les llevan a fracasar escolarmente. Estos síntomas que toman la forma de «está en la edad del pavo y ya no le importa nada», «no se responsabiliza de sus tareas», «está muy vago», «ha empezado a rebelarse», «antes aprobaba todo con buena nota y este año no ha hecho nada», «está enganchado a la videoconsola» etc., responden a causas que están por descubrirse. Este descubrimiento depende muchas veces de un trabajo psicoanalítico en el que chicas y chicos puedan encontrar un lugar para expresarse acerca de sus preocupaciones, sus miedos, sus estados de ánimo, su deseo, etc.

Nuestra amplia experiencia con adolescentes da cuenta de cómo ayudarles a construir su propio saber sobre sí mismos tiene efectos fundamentales en sus vidas y en relación a su responsabilidad subjetiva sobre sus propias vidas. El verano es un buen momento para empezar a descubrir. Contacta aquí a nuestro equipo de psicólogos y psicoanalistas y tendremos una primera sesión gratuita para conocernos y ver las posibildades de iniciar un tratamiento. Estamos en una zona muy céntrica de Madrid: Atocha Renfe.

Marta García de Lucio