Atrapado por la tristeza y el sinsentido

Los afectos son caprichosos un día estamos alegres y esperanzados, otro día en cambio tristes y desesperados. Esto es algo con lo que los adultos aprendemos a convivir. Sin embargo, hay momentos en nuestras vidas en los que nos podemos sentir atrapados por la tristeza y el sinsentido, incluso aunque no sepamos fácilmente a qué achacarlo o quizás precisamente porque no sabemos a qué achacarlo. Cuando este afecto se establece en el tiempo e invade nuestra vida es hora de consultar a un especialista.

 

Cuando esto ocurre, las personas se suelen preguntar: “¿Estoy deprimido?”. Una de las maneras de tratar estos estados crónicos de desánimo, quizás la más extendida actualmente,  es ser diagnosticado de depresión y ser medicado con un antidepresivo. Aunque no es está la posición del psicoanálisis.

 

Cuando la tristeza y el sinsentido invaden nuestras vidas, sorprendentemente, el psicoanalista francés Jacques Lacan hablará de “cobardía moral”. Con ello  quiere subrayar que la persona misma está involucrada en el hecho de permanecer en este estado, lo cual no quiere decir que sea culpable de provocarse intencionadamente estos afectos, ni que sepa cómo no estar triste, pero no quiera salir de ello. Sí apunta, en cambio, a que la persona que se queda sumida en la tristeza, se deja estar en este padecimiento por una suerte de temor o falta de valor para enfrentarse a él, porque vislumbra que enfrentarse a ello implica cierto riesgo y cierto compromiso que le va a llevar a tener que cambiar de posición. Lacan considera que quedarse apegado a un estado de tristeza implica una cobardía moral porque la persona atisba de una manera intuitiva que lo bueno para él está en otro lugar, pero no se atreve a recorrer el camino que haría un poco más claro el dibujo de aquello que puede hacerle bien. Prefiere, por el contrario, mantenerse en la paradójica satisfacción de la pena de sí mismo. Este no querer saber es el que lleva a que el sinsentido mortificante reine a sus anchas.

 

La persona queda entonces suspendida en el tiempo en un presente de sufrimiento congelado, sin futuro concebible y con un pasado que no puede ser leído más que en términos de lo que se perdió. No es extraño que el deseo de morir se vuelva por momentos muy intenso.

 

En el origen de los estados crónicos de tristeza encontramos a menudo una pérdida. Una perdida que en la biografía de cada uno toma una forma concreta: la pérdida de un ser querido, la pérdida de la posibilidad de realizar una vocación, la pérdida de un modo de vida anhelado en otro tiempo. Pérdidas que son en efecto reales en la mayoría de los casos y en las que el sujeto se ha quedado atrapado sin poder separarse de ellas. No puede separase de lo que esa persona o ese anhelo fue para él, ni de la identidad que el lugar que el ocupaba para esa persona o en ese anhelo le daba. Es, en ese punto, en el que la persona se queda apresada: “¡Ay, si lo perdido estuviera allí para acogerme con sus ropajes y dar sentido a mi vida!”.

 

Las pérdidas (y en mayor o menor medida, todos sufrimos alguna) nos obligan a enfrentarnos con la crudeza del desamparo originario de todo ser humano y con la dificultad para orientarnos en la complejidad de nuestra subjetividad y de los afectos que la acompañan. Por eso Lacan opone al acobardamiento al que nos condena la tristeza crónica, el gay saber, la alegría del saber. ¿Saber qué? ¿Saber acerca de qué? Saber acerca de nuestra pérdida singular que constituye nuestro modo de estar triste y saber acerca de los modos en que podemos tratar esa pérdida para transformar el vacío que deja en la casusa de nuestro deseo. Este saber encauza entonces nuestra búsqueda en la vida: buscaremos ese modo de estar con el otro que nos satisface y trabajaremos para encontrar ese hacer en la vida que enfoca nuestras acciones y que nos permite estar en lazo con los demás a nuestra manera, más allá de los imperativos sociales y de los ideales compartidos.

 

Pero a menudo este trabajo de encontrar este saber frente a la impotencia del desamparo necesita ser acompañado por un profesional en el que sostenerse durante un tiempo para poder hacerse cargo de esa pérdida originaria y de las marcas que dejó en las que podremos apoyarnos para inventarnos un sentido propio a nuestra existencia. Te ofrecemos esta posibilidad en Sabere Clínica en Madrid, zona de Atocha.

Esperanza Molleda

Psicóloga- psicoanalista