¡Cuántas cosas nos pesan hoy! Es asombroso que usemos una expresión acerca de una medida, como la del peso, para referirnos a aquellas situaciones, experiencias y recuerdos del pasado. ¿Realmente podemos afirmar que nos pesa aún hoy lo que ya ha sido vivido en un tiempo anterior? ¿Por qué no podemos dejar atrás lo que nos ocurrió hace tantos meses, hace tantos años? Sentimos como una carga que persiste en nuestra memoria, en nuestro día a día, aquello de lo que no podemos desprendernos. Algunos recuerdos del pasado son vividos en el ahora como si formasen parte de nuestro presente. Aunque parezca insólito sufrimos la carga de esa memoria que llamamos recuerdos; y padecemos de ese sentimiento que denominamos rencor. ¡Sí, nos pesa y nos carga el no poder olvidar! O, quizá, sea mas preciso decir: el no saber olvidar.

Hay un tiempo en el que no se quiere olvidar, al contrario, se quiere con furia recordar para no olvidar. Se trata de una defensa, un muro, que se levanta para protegernos de aquello que sentimos como un daño; de algo que fue una herida, una afrenta, un duro golpe. Eso que nombramos así, con expresiones tan sólidas, tan físicas, tan duras, en muchos casos no fueron más que gestos, palabras, ausencias, omisiones o, incluso, silencios. Y sin embargo, su contundencia nos impacta como el más fuerte de los choques. Algo en nosotros se siente atacado, vulnerado, en ocasiones, irrespetado. Esa sensación, que pudo ser pasajera, se transforma en una idea, y esa idea se eleva al rango de un pensamiento que se asocia a un sentimiento y cuando eso ocurre, el olvido se hace un imposible.

Pero hemos dicho que hay un tiempo en el que no se quiere olvidar, que parece necesario el querer defendernos de eso que percibimos como un ataque. Y entonces, si fue necesario, ¿por qué tendríamos que dejar de sentir rencor? ¿Por qué tendríamos que olvidar? Porque ese tiempo inicial pasa y la herida, el golpe, la afrenta, desaparecieron, sólo nos queda su huella. La marca que en alguna instancia íntima hemos decidido sostener. La defensa, el muro, pierde su razón de ser cuando ese tiempo inaugural ha cesado. Nos quedamos en la insistencia de algo que puede abrirse a otro destino. Y cuando ya la amenaza ha cedido su presencia, aquello que tuvo un carácter necesario, pierde su propósito. ¿De qué seguimos defendiéndonos cuándo sólo nos queda el recuerdo? El doctor Sigmund Freud, afirmaba que realmente sus pacientes sufrían de recuerdos, de no poder olvidar. El tratamiento que ofrecía a sus pacientes consistía, simplemente, en ayudarles a olvidar. Por sorprendente que parezca, la terapia psicoanalítica, en muchas ocasiones, procura aquello que parece, en un primer tiempo, imposible. Se trata más que de recordar el pasado, y todo aquello que nos hizo sufrir, de abrir la posibilidad de olvidar.

Perdonar. Esa palabra que tanto uso tiene en diferentes medios orientados por la autoayuda y las terapias sanadoras, no tiene ninguna eficacia si no puede hacerse la experiencia del olvido. No hay perdón sin ese procedimiento de saber olvidar, de poder realmente olvidar. No se trata de un tratamiento para inducir una amnesia localizada de los recuerdos desagradables. Es mucho más efectivo que eso. Se trata de hacer la experiencia de separarnos de una defensa que ya no tiene ninguna función. El sentido de lo que una vez nos protegió se ha convertido en lo que nos ataca en el presente. Lo que fue un remedio se ha transformado en nuestra enfermedad actual. Aquello que en su momento nos abrió un camino hoy nos lo cierra. El psicoanálisis ofrece un tratamiento para olvidar, no en el sentido de borrar, sino en el de deshacernos de ese rencor inútil, de esa página pasada que retorna una y otra vez. De esa sensación de impotencia permanente. Desde esta vía posible en Sabere Clínica ofrecemos un camino para retornar a un presente abierto, sin deudas con un pesado pasado. Olvidar es poder recordar sin dolor…